sábado, 28 de abril de 2012

El conocimiento de los arquetipos y su importancia en las actuales sociedades cristianas


Las danaides. Waterhouse.

La mitología pagana de los pueblos pre-cristianos contaba ante todo con una peculiaridad fundamental para el devenir espiritual de los creyentes: el panteón estaba conformado por personajes con quienes los mortales se podían relacionar. En ningún sistema politeísta, son los dioses y semidioses seres inmunes al sentimiento. No son perfectos en ninguna medida, responden a sus caprichos, son apasionados, sienten amor como sienten odio, y no son, ni mucho menos, castos. 

Inanna. Diosa sumeria
El comportamiento vulnerable y pasional de los dioses  permite al ser humano encontrarse con la divinidad en sí mismo; reconocer el todo en sus propias singularidades; ser, a la larga, y en su ser-humano, ser también divino.  Con la imposición de la visión cristiana, el hombre perdió sus referentes, sus arquetipos, y se encontró en el mundo sólo, siguiendo a un hombre-dios perfecto e inalcanzable. 

Naturalmente no hablo de la figura de Jesús mismo que es tan accesible, tan humana. Jesús se divertía, se enfurecía, amaba, caminaba, comía. Me refiero al personaje que ensalzó la iglesia, el ser maravilloso, el Jesús-Cristo. Un dios en el cuerpo de un hombre. Consciente sí, de los defectos del ser humano, pero al fin y al cabo más allá de ellos. Un hombre sobre natural cuya importancia consiste precisamente en su capacidad de no ser hombre: resucitar, caminar sobre el agua, hacer milagros, etc.  

Hécate. Diosa griega 
No quiero enredarme mucho en cuál es el verdadero mensaje que la figura de Jesús aporta al mundo. Particularmente soy una enamorada de Jesús y de la intrincada simbología que adorna su vida a través de los evangelios. Sé que hay mucho más por decir de Jesús que lo que la misma Iglesia se atreve a compartir en los sermones, y sé que su figura es tanto o más rica en significado que cualquier otra. A lo que quiero dirigirme es a la base de la fe de los pueblos cristianos. A la fe, que llaman, de carbonero, sustentada sobre el dogma de que todos estos sucesos milagrosos fueron de hecho, reales, históricos; cosa que al final nos deja  con muy poco a qué aferrarnos.  Un hombre, digo en género, dios en naturaleza, capaz de superar toda tentación propuesta por este mundo inmundo que nos ha engendrado, y de entregar la propia vida por la vida perdida en el pecado de la raza humana. Un dios inalcanzable, tan lejos de nuestra propia humanidad que es concebido de manera milagrosa, nacido sin pecado, fruto del "Espíritu Santo". 
Sita. Hinduismo

Más tarde la iglesia descubre además - oh sorpresa- que el mundo no está listo para digerir no sólo un único arquetipo inalcanzable, sino que además masculino, dejando por fuera de la historia el principio creador, receptivo, femenino del mundo. Descubre que los pueblos, tan cercanos a la tierra y a sus ciclos, a la evidente coexistencia de los opuestos, no están listos para un mundo donde un dios por principio masculino puede hacer todo sólo. Así es como se introduce delicadamente la figura de la Virgen María, que es, sin duda, tanto más inaccesible que el Cristo. 

María es, naturalmente, el arquetipo que lo envuelve todo. Es a la vez niña, doncella y madre (por supuesto nunca hechicera o puta... para eso se introduce después a la Magdalena). Es concebida sin pecado a la vez que sin pecado es madre. Y es, en su suficiencia simbólica, siempre insuficiente. 
Ninguna mujer puede ser María. Nosotras, las otras, nacimos del pecado y somos portadoras del pecado original. Ninguna mujer puede ser madre a la vez que es virgen, o niña a la vez que reina madre, y esto nos pone claramente en un predicamento. 

Brigit, mitología celta.
Incorporada a la iglesia como Santa Brígida
Los arquetipos cristianos condensan en sí mismos demasiadas cosas. Son inapelables, inalcanzables, incomprensibles, y de cierta manera, por qué no decirlo, indeseables. Sobre el creyente se cierne siempre la certeza de que nunca será suficiente, nunca será santo (porque además suena un poco aburrido serlo) y de que sea cual sea el camino escogido, siempre estará en pecado (si han leído alguna vez la guía para el examen de conciencia sabrán que es bastante difícil no estarlo).  

Es así como el hombre queda reducido a un error, a una incompetencia. Siempre de rodillas ante una divinidad que no le pertenece, que nada le representa, que nada le significa.  En la historia cristiana está cada elemento necesario para revertir esta situación. La verdad, sin duda, yace oculta en los evangelios. Pero la Iglesia, muy cómoda sobre las espaldas de sus feligreses, se niega a revelarla y a actualizar el dogma y la fe de su pueblo.  Y aquel que se ha alejado ya de las reglamentaciones eclesiásticas, sigue pues a la deriva, haciendo lo que mejor puede, sólo, creyendo el 90% del tiempo que no tiene remedio, que la vida no vale nada, o que el mundo se dirige inexorablemente hacia el abismo. 

En nuestra sociedad cristiana (porque en la moral cristiana fuimos criados, con sus bondades y sus perversiones) el individuo carece de un modelo accesible para seguir. Está totalmente ausente de su propio crecimiento, totalmente al margen de su propio camino.  Está totalmente a merced de la "misericordia de dios", o bien sólo, finito, individual... cargando la incoherencia del mundo sobre sus hombros. 

Ante la falta de arquetipos relacionables, el ser humano se encuentra ante un precipicio. El conocimiento de sí mismo, el viaje del héroe, el camino de salvación o como quiera llamárselo, queda desprovisto de hitos, de señales, de caminos, de alimento, de sustento,  de alojamiento...  

El rescate de los arquetipos y el conocimiento profundo de los mismos nos permite la evaluación profunda de la psique. El redescubrimiento de nuestros propios patrones, de nuestros demonios y de nuestros dioses. Es el trabajo sobre el inconsciente. Es el tejido, es el referente.  Es, en este mundo dividido, el pegamento entre lo humano y lo divino.



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