miércoles, 23 de mayo de 2012

Trabajando con mujeres ¿cómo retornar a la hermandad?

Ahora que poco a poco el mundo comienza a salir del letargo del patriarcado y que en un esfuerzo furioso de muchos años puede al fin abrir el corazón y los ojos a la conciencia femenina, aquí y allá se comienzan a ver nuevos entusiasmos en torno al trabajo comunitario, a la formación de círculos de mujeres y redes de apoyo familiar, a nuevas formas de trabajo en equipo, a estructuras horizontales y circulares. 

Recordamos de forma casi romántica las grandes comunidades matrísticas, la crianza compartida y presente, la sabiduría de las ancianas, el conocimiento de los elementos y las medicinas, y los aquelarres como últimos bastiones de los círculos de mujeres ya bien entrado el periodo patriarcal. Nos recreamos en la hermandad y verdaderamente, somos capaces de sentir el palpitar de nuestros úteros, maravillarnos en los ojos de nuestras hermanas, deleitarnos en el compartir de nuestros cantos y nuestras danzas y nuestros corazones. 

Si bien es cierto que estas nuevas formas sociales nos han llenado de aire fresco y nos han permitido soñar con nuevos mundos posibles, muchos de estos emprendimientos se ven frustrados al tratar de entrar en nuevas profundidades, o simplemente de integrarse de forma más permanentemente en el tiempo.  ¿Por qué se van a pique iniciativas como estas, tan necesarias, tan verdaderas, tan llenas de vida y afecto sincero? De seguro no es por falta de intereses comunes, falta de honestidad o de buena energía. Tampoco por falta de valentía, de constancia o de compromiso. No es tampoco falta de tiempo o de recursos o de espacio para su realización. 

En mi trabajo con mujeres para las mujeres, hemos recorrido poco a poco el camino que nos acerca a formas más equitativas y solidarias de compartir los espacios de trabajo. Nos hemos propuesto hacer cuanto esté a nuestro alcance para no caer en jerarquizaciones, para revisar permanentemente las relaciones de poder, para evitar el juicio, la palabra fácil, el abuso, y tantas otras situaciones que se presentan comúnmente en los espacios sociales que hemos construido, y muy particularmente en los ámbitos laborales. No obstante, muchas veces volteamos a mirar, sólo para darnos cuenta de que vamos dando tumbos... con amor, claro... pero dando tumbos.

¿Por qué?  ¿por qué si nos construimos con amor, con paciencia, con flexibilidad?


Caminando juntas y atentas hemos ido atando cabos... tejiendo, tejiendo (que para eso somos buenas) y nos hemos dado cuenta que la herida en la psique de la mujer es profunda y dolorosa. No sólo porque la ha hecho víctima del hombre, sino porque la ha hecho enemiga de la propia mujer. Despacio, el Poder nos ha tornado unas contra otras. Si bien esto ha sucedido a todo nivel, y ha sido propagado tanto entre hombres como mujeres a través del tema de la competencia y demás, en lo tocante a la relación entre las mujeres la cosa tiene tintes macabros. Los hombres juntos, dicen, son equipo.. son como hermanos. Las mujeres.. rivales.  Las madrastras son malas, las mujeres con dinero son malas, las que están enamoradas del mismo hombre que tú son malas, las que tienen poder, peor...  si una mujer trata a otra con aprecio es porque está detrás de algo. Una mujer que se enfrenta a otra (y seguro esto será por un hombre en el 99.9% de los casos)  es capaz de encerrarte, envenenarte, mentir, matar, poner a tu familia y amigos en tu contra, conspirar, robar,  fingir un embarazo o una amnesia...!

Desde los cuentos de hadas hasta las telenovelas, estamos programadas para odiarnos, para desconfiar, para hacernos zancadilla. Muchas veces, a pesar de los esfuerzos y de los sentimientos que haya de por medio, del interés genuino y del amor de hermanas, esta herida, este temor, nos incapacita para ser compasivas y para explorar y explotar con otras mujeres, este llamado al amor incondicional y al apoyo que nos es tan propio.


Desconfiamos... dudamos... nos estrellamos con las brujas malas, con las divas ambiciosas, con las niñas indefensas, con las rivales rencorosas. Las encontramos en ellas, las otras, y claro, en nosotras.

Lograr salir avanti y con amor, es pues, reto y parte fundamental de nuestro trabajo con mujeres. Parte de nuestra responsabilidad hacia nosotras mismas; y parte del legado que como mujeres seamos capaces de dejar en este momento tan particular de la historia a la humanidad.

Te invito pues, mujer, a encontrarte de frente con la sombra tuya y mía. A mirar a los ojos a tu hermana, y a reconocer que cada una es un reflejo de la misma herida




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