Ahora que poco a poco el mundo comienza a salir del letargo del patriarcado y que en un esfuerzo furioso de muchos años puede al fin abrir el corazón y los ojos a la conciencia femenina, aquí y allá se comienzan a ver nuevos entusiasmos en torno al trabajo comunitario, a la formación de círculos de mujeres y redes de apoyo familiar, a nuevas formas de trabajo en equipo, a estructuras horizontales y circulares.
Recordamos de forma casi romántica las grandes comunidades matrísticas, la crianza compartida y presente, la sabiduría de las ancianas, el conocimiento de los elementos y las medicinas, y los aquelarres como últimos bastiones de los círculos de mujeres ya bien entrado el periodo patriarcal. Nos recreamos en la hermandad y verdaderamente, somos capaces de sentir el palpitar de nuestros úteros, maravillarnos en los ojos de nuestras hermanas, deleitarnos en el compartir de nuestros cantos y nuestras danzas y nuestros corazones.
Si bien es cierto que estas nuevas formas sociales nos han llenado de aire fresco y nos han permitido soñar con nuevos mundos posibles, muchos de estos emprendimientos se ven frustrados al tratar de entrar en nuevas profundidades, o simplemente de integrarse de forma más permanentemente en el tiempo. ¿Por qué se van a pique iniciativas como estas, tan necesarias, tan verdaderas, tan llenas de vida y afecto sincero? De seguro no es por falta de intereses comunes, falta de honestidad o de buena energía. Tampoco por falta de valentía, de constancia o de compromiso. No es tampoco falta de tiempo o de recursos o de espacio para su realización.

¿Por qué? ¿por qué si nos construimos con amor, con paciencia, con flexibilidad?


Desconfiamos... dudamos... nos estrellamos con las brujas malas, con las divas ambiciosas, con las niñas indefensas, con las rivales rencorosas. Las encontramos en ellas, las otras, y claro, en nosotras.
Lograr salir avanti y con amor, es pues, reto y parte fundamental de nuestro trabajo con mujeres. Parte de nuestra responsabilidad hacia nosotras mismas; y parte del legado que como mujeres seamos capaces de dejar en este momento tan particular de la historia a la humanidad.
Te invito pues, mujer, a encontrarte de frente con la sombra tuya y mía. A mirar a los ojos a tu hermana, y a reconocer que cada una es un reflejo de la misma herida
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