lunes, 20 de agosto de 2012

Andar tranquila...



Quisiera hoy hacer un comentario en favor de la campaña diseñada en Ecuador para reducir el acoso y la agresión verbal a la que todas las mujeres se ven sometidas diariamente al caminar por las calles de la ciudad. 

Hace tiempo ya que he estado interesada en cómo se percibe actualmente el gesto del piropo. Digo actualmente porque hace 50 años hacerle un comentario a una mujer por la calle era un gesto socialmente aprobado de galantería. Sin embargo las cosas han cambiado...  han cambiado las calles, han cambiado los piropos, han cambiado las relaciones y sobre todo, ha cambiado la conciencia de las mujeres.  

Este tema me llama la atención en particular porque para mi es claramente una forma de naturalización de la violencia de género, y aunque pareciera prácticamente inofensiva, es tal vez una de las más molestas y a las que más estamos expuestas las mujeres. Seguro que un comentario en la calle no es igual a un golpe en la cara... ¡pero bueno! es que el tema de los piropos es una pesadilla con la que hay que lidiar a diario y más de una vez al día. 

Preguntando a mis amigos lo que pensaban al respecto, me di cuenta de que la mayor parte de los hombres cree que -aunque muchos de los comentarios recibidos en la calle son indiscutiblemente morbosos y atrevidos- hay piropos que está bien decir.  

Salgámonos por un momento de la obviedad del manoseo, de los acercamientos morbosos y de los comentarios vulgares. Nada, NADA, que le puedan decir a uno en la calle es placentero, por muy ingenioso, genuino y galante que pretenda ser. 

Hablarle a una mujer en la calle y expresarle lo que se piensa de su físico (porque en la calle no hay tiempo de halagar nada más, naturalmente) es una invasión a su espacio privado, es una agresión sexual verbal y una violación a su integridad. Es un acto amenazador sin sentido ni propósito claro alguno, altamente perturbador y que sucede únicamente porque el hombre PUEDE.   Después del manoseo, piropo, mirada lasciva o lo que sea ¿espera el hombre que la mujer se voltee y le de su número telefónico? No. ¿Espera que la mujer detenga sus andar para llevárselo a un motel? ¿para pedirle que sean novios? ¿para sonreírle agradecida? No. Cuando un hombre hace un acercamiento de este tipo sabe que nada de esto va a suceder. Lo hace simplemente porque PUEDE. Porque puede invadir el espacio de las mujer, porque puede manifestar cualquier cosa que se le ocurra por asquerosa que sea, porque puede transgredir sin ser juzgado.  Y ante esto la mujer ignora. Ignora y se traga el asco, se traga el susto, se traga la vulnerabilidad, y sigue, sólo para que en el próximo bus o la próxima esquina la situación se repita. Una y otra vez, todos los días de la vida. 

¿Es esto realmente justo? 

Yo una vez me di vuelta para preguntarle a uno de estos hombres por qué lo  hacía. Como era de esperarse no contestó nada. Le  dije entonces que eso no estaba bien, que eso nos hacía sentir mal, que no tenía sentido y que nos parecía sumamente incómodo. El pobre tipo no sabía cómo reaccionar... está claro que nunca había pensado en eso. 

Pensé entonces que sí, que definitivamente es un acto naturalizado, irracional, casi mecánico. Alguien en algún momento de sus vidas enseñó a estos hombres a hacer esto así como respirar, como ir al baño, como sentarse cada día a leer el periódico.  Es por eso nuestro deber (no de las mujeres, sino de todos los que hemos reflexionado al respecto)  educar para traerlo a la conciencia. Es nuestro deber decir "no más". 

Enseñar a los hombres a no agredir  para no tener que enseñar a las mujeres como evitar ser agredidas 


Campaña quiero andar tranquila





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