sábado, 20 de octubre de 2012

Amor... para cuántos




Muchas veces en mi vida he amado a más de una persona. Muchos novios vivieron a la sombra de otros amores... menos presentes, tal vez, menos reales, y definitivamente menos prometedores, pero amores al fin y al cabo.  

Nunca pensé mucho en esto cuando era más joven porque para mí todo esto hacía parte de la rutina de enamorarse... desenamorarse... enamorarse de alguien más...  Tal vez la primera vez que pensé en serio en el tema fue durante un curso de permacultura de dos meses que hice en España.  Es curioso cómo se teje la vida... Aunque es poco lo que hecho en el tema de permacultura hasta la fecha, las cosas que pasaron allá, a nivel ideológico, espiritual y emocional, cambiarían mi vida en una forma radical y luego me conducirían hacía donde estoy hoy. 

Para empezar, allá tuve la oportunidad de ver, por primera vez y en vivo, una pareja abierta y funcional. Era como ver un espectáculo maravilloso... ¡tanta libertad y tanta serenidad y tanta alegría!  Nada de los celos telenovelescos a los que se nos acostumbra desde chiquitos. Nada de odios  mortales entre mujeres que pelean por un mismo hombre. Nada de dolor, nada de inseguridad, nada de miedo. Ver esto era pisar mágicos terrenos desconocidos.  

Fue allá también donde caí en lo que en entradas anteriores he llamado el hueco del conejo. Donde me encontré con el mundo de lo femenino, donde tropecé con mis propias entrañas de mujer. 

A pesar de todo lo que ya empezaba a cocinarse en mi mente, a mi  regreso mi novio de 3 años y yo nos casamos. Lo que sucedió de ahí en más es difícil de contar, difícil de entender, y en ocasiones ha sido también difícil de vivir. Y sin embargo, extrañamente estimulante... maravilloso a la larga, diría yo.

¿Qué es lo más difícil de amar a más de una persona al mismo tiempo? Bueno, en primera instancia, todo se torna realmente confuso.

Hemos sido criados en un mundo donde existen los príncipes azules, donde la gente se casa y luego es feliz para siempre. Donde el amor es sólo de esa persona especial en el mundo, tu media naranja, que te espera durante toda tu vida para luego flecharte. Donde la gente sueña con ir al altar y decir "hasta que la muerte nos separe". Donde la fidelidad es algo que se da por descontado.

Cuando te das cuenta que tienes el corazón en dos sitios distintos (o más) y que de una u otra forma puedes sobrevivir con todos estos sentimientos sin despedazarte, viene entonces el chip cultural a joderlo todo.

Entonces te preguntas si es que realmente amas a uno o al otro. Si será que no estás con la persona indicada. Si estás mal de la cabeza por no poder querer a alguien de manera normal. Te sientes culpable. Te sientes perdido. Te sientes, de muchas formas, miserable.

Sobre tí se abalanzan años y años de condicionamiento cultural en favor de la monogamia, y entonces ese amor -que pareciera ser algo totalmente normal y hermoso- se vuelve una tortura, una duda constante, una decisión por tomar que se cierne sobre ti con el peso de la reprobación no sólo de los demás sino de ti mismo.

Y entonces quieres regresarlo todo a la "normalidad".  Quieres encajar. Porque lo que estás haciendo es una traición a tu familia, a tu tradición, a tu cultura, a tu religión, o lo que sea... y es por supuesto, una traición a tus ideas del amor y a tus sueños infantiles, y eso es tal vez lo más duro de aceptar.

Y sí... es una mierda... y se sufre. Pero cuando se siente la felicidad del amor ¡ya no puede haber reversa!  Es como abrir en el alma nuevas puertas... puertas olvidadas que albergan otros espacios... salones perdidos recogiendo polvo entre paredes que fueron hechas para dar fiestas de otros colores.

Y entonces no hay vuelta atrás... tantos ojos por mirar profundamente, tantos cuerpos por recorrer, tantas historias, tantos sentimientos, tanto tanto que aprender... 

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