El viaje de la luna. Ronald Campanoca |
Metí la vida en una maleta. Qué llevar y qué
no llevar, al final no importa mucho… aparentemente siempre la cagas. Deje mi vestido de baño y ahora trabajo en un
spa. Traje mis esmaltes de uñas pero
trabajo también en botes y tengo siempre las uñas rotas y las manos sucias.
Poco de lo que traje me sirve, pero aprendí que lo mejor es viajar sin nada,
lección que siempre se debe reaprender.
Tengo el cuello lleno de nudos pero se van soltando a medida que el cuerpo empieza a sentirse en casa. Tengo la piel llena de granos y la digestión hecha trizas, pero poco a poco el alma empieza a convencer al resto de que ya todo está en orden. Cada día me despierto viendo al cielo y veo pasar las gaviotas. Me levanto y estoy flotando en el río y los cisnes duermen a mi lado. Entro a la oficina que es en parte barco, que es en parte casa, que es en parte trabajo. Todo apesta a cigarrillo y hay tazas de café por todos lados. ‘Good morning everyone’ digo con los ojos apenas abiertos y sonrío a toda esta gente que es ahora mi familia y que está ahí cuando me despierto, durante el día, para las cervezas de la tarde y ates de irme a dormir.
Salgo camino a la ducha –que no es en el
barco- atravieso Queen’s Square y veo la gente tumbada al sol o trotando o
tomando café. Luego de regreso siento la brisa en el pelo aún mojado y camino
despacio, como queriendo que ese momento no se acabe nunca. Inhalo hondo y
sonrío. Cuánta paz…
Regreso al barco, le llevo coca-cola a los
chicos que trabajan en alguna cosa que no entiendo. Me tiro en la cubierta y hago estiramientos
porque de tanto hacer masajes me duele la espalda. Oigo un poco de son y de salsa porque el
cuerpo tiene esa música adentro –aún si nunca la escucho- y me está reclamando
que me mueva un poco.
Es un día tranquilo y al fin encuentro tiempo
para escribir. Mientras me caliento al
sol y escribo esto, pienso:
Todo el mundo debería darse, al menos una
vez, la oportunidad de empezar de ceros.
Cada lugar del mundo es un hogar.
La gente es la misma en todas partes, aunque
sea diferente.
Uno es diferente en todas partes, aunque sea
el mismo.
La belleza es infinita.
También el amor.
El espíritu sabe lo que quiere y para dónde
va.
No somos dueños de nuestro camino pero somos
los responsables de abrirle las puertas.
Siempre hay que flotar con la corriente. Si no te ahogas en un ridículo esfuerzo por
mantenerte a flote, tal vez el agua te lleve a donde necesitas.
Y finalmente pero no menos importante:
No hay nada tan atrayente como el salto al
vacío, ni placer mayor que descubrir que tienes alas.
¡Maravilloso!
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