miércoles, 21 de mayo de 2014

La luna tiene alas


El viaje de la luna. Ronald Campanoca


Metí la vida en una maleta. Qué llevar y qué no llevar, al final no importa mucho… aparentemente siempre la cagas.  Deje mi vestido de baño y ahora trabajo en un spa.  Traje mis esmaltes de uñas pero trabajo también en botes y tengo siempre las uñas rotas y las manos sucias. Poco de lo que traje me sirve, pero aprendí que lo mejor es viajar sin nada, lección que siempre se debe reaprender.

Tengo el cuello lleno de nudos pero se van soltando a medida que el cuerpo empieza a sentirse en casa. Tengo la piel llena de granos y la digestión hecha trizas, pero poco a poco el alma empieza a convencer al resto de que ya todo está en orden.  Cada día me despierto viendo al cielo y veo pasar las gaviotas. Me levanto y estoy flotando en el río y los cisnes duermen a mi lado.   Entro a la oficina que es en parte barco, que es en parte casa, que es en parte trabajo. Todo apesta a cigarrillo y hay tazas de café por todos lados.  ‘Good morning everyone’ digo con los ojos apenas abiertos y sonrío a toda esta gente que es ahora mi familia y que está ahí cuando me despierto, durante el día, para las cervezas de la tarde y ates de irme a dormir.

Salgo camino a la ducha –que no es en el barco- atravieso Queen’s Square y veo la gente tumbada al sol o trotando o tomando café. Luego de regreso siento la brisa en el pelo aún mojado y camino despacio, como queriendo que ese momento no se acabe nunca. Inhalo hondo y sonrío. Cuánta paz…
Regreso al barco, le llevo coca-cola a los chicos que trabajan en alguna cosa que no entiendo.  Me tiro en la cubierta y hago estiramientos porque de tanto hacer masajes me duele la espalda.  Oigo un poco de son y de salsa porque el cuerpo tiene esa música adentro –aún si nunca la escucho- y me está reclamando que me mueva un poco. 
Es un día tranquilo y al fin encuentro tiempo para escribir.  Mientras me caliento al sol y escribo esto, pienso:

Todo el mundo debería darse, al menos una vez, la oportunidad de empezar de ceros.

Cada lugar del mundo es un hogar.

La gente es la misma en todas partes, aunque sea diferente.

Uno es diferente en todas partes, aunque sea el mismo.

La belleza es infinita.

También el amor.

El espíritu sabe lo que quiere y para dónde va.

No somos dueños de nuestro camino pero somos los responsables de abrirle las puertas.  

Siempre hay que flotar con la corriente.  Si no te ahogas en un ridículo esfuerzo por mantenerte a flote, tal vez el agua te lleve a donde necesitas.   

Y finalmente pero no menos importante:

No hay nada tan atrayente como el salto al vacío, ni placer mayor que descubrir que tienes alas. 

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